Por: Martín Hernández
La tarde del 16 de abril quedó marcada en la memoria musical de San Luis Potosí. En el marco del festival de primavera, la banda Little Jesus ofreció algo más que un concierto: regaló una jornada de música, reflexión y cercanía que comenzó desde temprano y culminó con una explosión de energía frente a la Plaza de Aranzazú.
Horas antes del concierto, dos integrantes de la banda se reunieron con seguidores y curiosos en La Caja Real de la UASLP. Ahí, en un espacio íntimo, compartieron su visión sobre lo que significa hacer rock desde la independencia. Con el paso de los minutos se sumaron los demás miembros, y la charla tomó un tono más completo: entre anécdotas, ideas sobre el oficio musical y la evolución del internet como herramienta creativa, Little Jesus permitió al público asomarse a su historia desde otro ángulo, más cercano y humano.

A las cinco en punto, la conversación dio paso al peregrinaje hacia la Plaza de Aranzazú. La mayoría de los asistentes ya estaban ahí desde mucho antes, cuidando un buen lugar, compartiendo expectativas. La espera, lejos de ser tediosa, se alivianó con un cielo nublado y la promesa de una noche especial.
La banda potosina Vitalis fue la encargada de abrir el escenario. Con una mezcla intensa de rock alternativo, solos eléctricos y una voz potente, demostraron por qué forman parte de una nueva camada musical con proyección. Su actuación fue una grata sorpresa que dejó al público encendido para lo que venía.

Ya con la noche encima, Little Jesus apareció entre luces y ovaciones. Abrieron con “Los años maravillosos” y, desde ahí, el viaje musical no tuvo pausa. “Mala onda”, “La luna”, “Tierra llamando a Saturno”, “Norte”, “Una playa en Nayarit” y otros clásicos desfilaron entre gritos, coros y saltos. Uno de los momentos más esperados llegó con “Azul”, una de sus primeras canciones, que fue coreada por todos como un himno generacional.
El cierre, con “TQM”, tuvo un toque emotivo. Aunque Elsa y Elmar —quien colaboró en esa canción— no se encontraba presente, el público tomó su lugar con entusiasmo, completando los versos que faltaban y dándole un sentido colectivo al final de la noche.

Lo vivido no fue solo un concierto más. Fue una muestra del poder de la música independiente, del vínculo que se teje entre artistas y audiencia cuando hay honestidad, y de cómo una banda puede dejar huella en una ciudad al abrirse tanto en el escenario como fuera de él. San Luis Potosí no solo recibió a Little Jesus: los hizo parte de su historia, cosa que muy pocos pueden lograr.